Revista Ideele.- En los últimos años, con la crisis energética, se han fortalecido las posiciones “pro”, lideradas por la millonaria industria nuclear y un gran número de científicos que, en este momento, deben de estar moderando sus planteamientos. Los mandatarios de los treinta países donde funcionan más de cuatrocientos reactores han prometido revisar su funcionamiento, pero no interrumpirán sus programas porque consideran que son primordiales para su desarrollo.
Ángela Merkel, una dura defensora de las bondades nucleares, ha declarado que mandará revisar la seguridad de las centrales alemanas y ha ordenado la desconexión de siete de los diecisiete reactores que funcionan en ese país. En su visita a Chile, Barack Obama —no sabemos con qué autoridad moral— presionó al presidente Piñera para que firmara una declaración en la que se comprometía a no construir centrales nucleares durante su gobierno.
Acá en el Perú, el tema no se ha discutido a nivel de Estado, pero tenemos defensores acérrimos de este tipo de energía como el físico nuclear Modesto Montoya, quien sostiene: “El petróleo es peor. Cuando se quema también produce cáncer, pero además desastres climáticos como Katrina o las sequías”.
Otro científico peruano, Rolando Páucar, del Instituto de Investigación para la Energía y Desarrollo, argumenta que la energía nuclear permite una densidad energética que la hace atractiva frente a la solar. “En la hidroeléctrica de Inambari se necesitaría represar un área del tamaño de Carabayllo para generar solo 1200 megavatios. Esa misma cantidad la podemos sacar de un reactor que ocupa un área del tamaño del Estadio Nacional”, agrega.
En el año 2009, los congresistas nacionalistas que integraban la Comisión de Energía y Minas del Congreso presentaron un proyecto de ley que declaraba “de necesidad e interés público el desarrollo y uso de la energía nuclear en el Perú para la generación eléctrica”. El objetivo era que el Instituto Peruano de Energía Nuclear elaborara proyectos para la construcción de centrales termoeléctricas en el país y capacitara a personal técnico. Dos años después, ante este nuevo escenario, podemos respirar tranquilos: el proyecto nunca pasó al Pleno.
Salir trasquilados
A nivel internacional, en el otro lado del ring están los grupos ecologistas y los partidos Verdes europeos. Según el responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace, Carlos Bravo, “es deleznable que la industria nuclear, aprovechando el actual momento de inestabilidad de los precios del petróleo, pretenda engañar a la opinión pública”. Greenpeace afirma que la energía nuclear produce una cantidad de electricidad que solo resuelve el 20% del problema energético. Se necesita energía para el transporte, la calefacción y para fines industriales.
A nivel internacional, en el otro lado del ring están los grupos ecologistas y los partidos Verdes europeos. Según el responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace, Carlos Bravo, “es deleznable que la industria nuclear, aprovechando el actual momento de inestabilidad de los precios del petróleo, pretenda engañar a la opinión pública”. Greenpeace afirma que la energía nuclear produce una cantidad de electricidad que solo resuelve el 20% del problema energético. Se necesita energía para el transporte, la calefacción y para fines industriales.
Los principales argumentos a favor de la energía nuclear se refieren a que es una solución al agotamiento de las reservas petroleras y al calentamiento global, porque no genera gases de efecto invernadero. Se dice que si Estados Unidos no tuviera plantas nucleares, podría emitir 700 millones de toneladas métricas más de dióxido de carbono. Según Modesto Montoya, “si más países hubieran utilizado energía nuclear, nuestros glaciares no estarían a punto de desaparecer”. Los defensores de la opción nuclear imaginan un mundo donde esta energía propicie la expansión del carro eléctrico que funcione con un combustible a base de células de hidrógeno que reemplacen a la gasolina.
Los ecologistas han puesto en duda que la energía nuclear pueda salvar nuestro clima. Aseguran que el proceso de extracción del uranio genera dióxido de carbono. Al extraer el uranio se usan camiones y palas, fuerzas térmicas y mecánicas que generan dicho gas. “Si se duplicara el parque nuclear actual, solo ahorraríamos un 5% de las emisiones previstas”, sostiene Carlos Bravo, quien refiere también que los reactores nucleares elevan la temperatura de los ríos de donde se saca y descarga el agua para refrigerarlos, poniendo en riesgo a los peces.
Ya ha habido problemas en las centrales nucleares por efecto del cambio climático. Durante la ola de calor del 2003, en Francia tuvieron que improvisar un sistema de rociado de agua para evitar el calentamiento de los reactores, pasando por alto la normativa que rige la descarga de agua caliente de las centrales nucleares a los ríos. ¿Un antecedente de Fukushima?
Los antinucleares
El movimiento se gestó en los años 70, cuando un pequeño grupo de manifestantes llegó en barco hasta una zona de ensayos nucleares en Alaska, llamada Greenpeace I, que le dio el nombre a la organización que formaron. De ahí para adelante, han dado una dura batalla centrada en Estados Unidos y Europa, a la cual los países latinoamericanos han sido ajenos. Los accidentes en la central Browns Ferry en Alabama, y posteriormente en Chernóbil, le propinaron a la industria nuclear un golpe casi mortal que la hizo tambalear en la década de los 80, pero se volvió a recuperar ante la alarma de calentamiento global.
El movimiento se gestó en los años 70, cuando un pequeño grupo de manifestantes llegó en barco hasta una zona de ensayos nucleares en Alaska, llamada Greenpeace I, que le dio el nombre a la organización que formaron. De ahí para adelante, han dado una dura batalla centrada en Estados Unidos y Europa, a la cual los países latinoamericanos han sido ajenos. Los accidentes en la central Browns Ferry en Alabama, y posteriormente en Chernóbil, le propinaron a la industria nuclear un golpe casi mortal que la hizo tambalear en la década de los 80, pero se volvió a recuperar ante la alarma de calentamiento global.
En España, el movimiento es muy fuerte. En ese país solo el 4% de la población está a favor de la energía nuclear. Hay gran cantidad de colectivos como Refinería NO, Térmicas NO, Ecologistas en acción. Se ha formado una Coordinadora Estatal Antinuclear y partidos como Izquierda Unida y las Juventudes Comunistas se oponen a esta alternativa. Durante su campaña electoral, el PSOE se comprometió a sustituir la energía nuclear por otras más limpias en un plazo de 20 años, pero ni siquiera ha cumplido con el cierre de la planta de Garoña, la más antigua del país. (Luego de Fukushima, el Gobierno ha puesto como fecha límite para su cierre la segunda quincena de abril.)
Los activistas del mundo se oponen a la energía nuclear civil y también a las armas nucleares. Es común encontrar en los diarios europeos noticias sobre protestas y verlos encadenados a las vías de los trenes para impedir el traslado de la basura reactiva a los depósitos especiales, o manifestaciones frente a las instalaciones nucleares. La más reciente y multitudinaria ha sido la realizada en toda Alemania, a dos semanas del terremoto en Japón: “Más de 200 mil manifestantes repartidos por las principales ciudades de ese país portando banderas con el lema Atomkraft? Nein, danke (¿Energía atómica? No, gracias), que identifica al ecopacifismo alemán. Antes de eso, en Stuttgart, 60 mil activistas formaron una cadena humana de 45 kilómetros alrededor de la planta de Neckarwestheim”.
Los organizadores de la protesta fueron dos líderes del partido Los Verdes, que presionan para que se respete el pacto suscrito entre la coalición socialdemócrata-verde y la industria energética, para desactivar las diecisiete plantas nucleares alemanas, en un plazo que culminaría en el año 2021. Mientras tanto, en Sudamérica, Brasil y Argentina están empatados: ambos cuentan con dos plantas nucleares y están construyendo la tercera. Pero el entusiasmo ha decaído después del accidente en Japón. El presidente del Senado brasileño, José Sarney, acaba de proponer que se vuelva a discutir la política nuclear en su país.
¿Échale tierrita y tápala?
Los riesgos y efectos nucleares son de larga data. Según la Escala de Evento Nuclear y Radiológico Internacional, desde el año 1957 se han registrado cinco incidentes, cinco incidentes serios, seis accidentes con consecuencias locales, cuatro con consecuencias amplias, uno importante y dos graves: Chernóbil y Fukushima. (Éstos son los datos oficiales; no se sabe qué arrojarán los ocultos.)
Los riesgos y efectos nucleares son de larga data. Según la Escala de Evento Nuclear y Radiológico Internacional, desde el año 1957 se han registrado cinco incidentes, cinco incidentes serios, seis accidentes con consecuencias locales, cuatro con consecuencias amplias, uno importante y dos graves: Chernóbil y Fukushima. (Éstos son los datos oficiales; no se sabe qué arrojarán los ocultos.)
Para Rolando Páucar, lo ocurrido en Fukushima se debe a que los reactores son de segunda generación: “Ahora se usan los de tercera generación, que tienen siete barreras de contención y ya se están diseñando los de cuarta generación, que tendrán seguridad intrínseca, lo que significa que el núcleo se refrigerará solo, sin necesidad de agua”.
Pero existe un problema adicional: la basura nuclear. Ése es otro aspecto que preocupa mucho a los activistas del movimiento antinuclear. No existen soluciones definitivas para almacenar los desechos radiactivos y, por ejemplo, los de larga actividad siguen siendo peligrosos durante miles de años. Actualmente, en la factura por consumo de electricidad en los países que hacen uso de la energía nuclear se establece un monto (0,2 céntimos de euro por KW producido) para resolver el almacenamiento, pero nadie sabe si esas cantidades sean suficientes. Las piscinas que guardan el uranio se están llenando.
Este argumento es rebatido por los pronucleares, que sostienen que los residuos más peligrosos pueden ser confinados mucho tiempo en el subsuelo en formaciones geológicas adecuadas. ¿Meter el polvo debajo de la alfombra?
Un tema de seguridad
Los defensores de este tipo de energía aseguran que estas plantas son seguras, que los edificios de contención están reforzados y protegidos, que resisten ataques terroristas o militares. Alegan que la lucha contra la proliferación de armas nucleares debe basarse en pactos políticos y no en el bloqueo de este desarrollo tecnológico.
Los defensores de este tipo de energía aseguran que estas plantas son seguras, que los edificios de contención están reforzados y protegidos, que resisten ataques terroristas o militares. Alegan que la lucha contra la proliferación de armas nucleares debe basarse en pactos políticos y no en el bloqueo de este desarrollo tecnológico.
Por otro lado, los antinucleares sostienen que la expansión de la industria nuclear civil facilita el uso militar del armamento atómico, que crea las bases para que se desarrollen programas armamentistas a partir del plutonio.
Nunca se pondrán de acuerdo. Para los ecologistas y verdes, las energías renovables siguen siendo la alternativa frente a la energía nuclear. Sostienen que, incluso en China, país donde se proyecta la más importante expansión nuclear, la energía solar le está pisando los talones. Solo los calentadores de agua alimentados por el sol equivalen a la mitad de la capacidad de generación de energía nuclear del país. “Las energías renovables generan más trabajo y no conllevan un peligro latente”, agrega el representante de Greenpeace.
No se trata de hacer una apología antinuclear, pero sí de apostar por el uso del sentido común y la prudencia porque, más allá de los argumentos, lo que está comprobado es que es una energía rodeada de vulnerabilidad, sujeta a errores y horrores. (Una equivocación humana y, como le diría Cipriani a Humala, “que Dios nos coja confesados”.)
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