Carlos Chávarry
Perú21.pe Científico se pregunta por qué no se puede construir un reactor nuclear para producir energía en el país. Considerando que no sirve de nada construir hidroeléctricas si en unos años los ríos se secarán, o que el petróleo mundial se agotará en 30 años, o que la fuente de radiación ambulante de los celulares preocupa menos que una eventual toxicidad nuclear, solo así, la propuesta no suena descabellada.
─Después de Bangladesh y Honduras, el Perú es el tercer país en el mundo que sufrirá todos los estragos del cambio climático mundial. Y esto porque tenemos muchas regiones importantes y disímiles entre sí, como desiertos, selvas y nevados ─dice el físico nuclear Rolando Páucar Jáuregui.
Un desastre ecológico que sufriremos aún cuando somos uno de los países menos contaminantes en todo el mundo, dado nuestra limitada capacidad industrial.
La otra ironía: que nuestro abastecimiento energético dependa del petróleo, gas y carbón: los principales elementos responsables del calentamiento global. Y según cálculos del científico, en treinta años ya no quedarán reservas de esta energía fósil en ninguna parte del mundo.
En términos geopolíticos, esto significa inseguridad energética en la región.
En cualquier otro sentido, esto significa crisis económica, hambrunas, guerras y dependencia económica a países vecinos.
Ese es el futuro próximo según Rolando Páucar Jáuregui, director del Instituto de Investigación para Energía y Desarrollo (IEDES). El científico acaba de publicar dos libros casi al mismo tiempo: Energía nuclear: Riesgo y oportunidad para Latinoamérica y la compilación de artículos periodísticos Ciencia y Tecnología: el observatorio nuclear. Ambos compendian una desmitificación del miedo a la tecnología nuclear.
─La paradoja es que suele hablarse del uso de energía renovable como la eólica, la solar y la proveniente de las hidroeléctricas, pero la cuestión es que si habrá cambios climáticos y estas energías dependerán de esas mismas condiciones climáticas, ¿son seguras estas fuentes de energía?
Como pensar en construir una costosa hidroeléctrica en un lugar que en veinte años va a ser un cauce seco. O instalar un aparatoso generador eólico que solo tiene una duración de quince años.
Desde esa perspectiva, habría otra alternativa de fuente energética. La nuclear, por ejemplo.
La proveniente de un reactor capaz de irradiar a países enteros.
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Posibilidad de accidentes nucleares.
Proliferación de armas nucleares.
Incertidumbre ante los desechos radiactivos.
Esas son las preocupaciones masivas cada vez que se habla de energía nuclear. Tres temores reales y válidos que la prensa cotidiana ha convertido prácticamente en mitos.
Porque los diarios no mencionan de que hay más probabilidades de daños y muertes en una central hidroeléctrica que en un reactor nuclear: de hecho, en el registro de accidentes en industrias energéticas peligrosas, las centrales ocupan el primer lugar. Luego le sigue la extracción de carbón: solo en China, cada año fallecen cinco mil obreros en esta actividad, sea por derrumbe en las minas o por alguna explosión.
La industria petrolera no se queda atrás en esta lista de riesgos y tiene dos variantes muy conocidas: el estallido de alguna planta petroquímica o los derrames del mineral en mares y océanos que, a la larga, implica una muerte lenta de animales y personas por contaminación y calentamiento global.
Después de todas estas actividades, recién aparece la problemática de las centrales nucleares. Y si uno hace un recuento de la cantidad de víctimas por accidentes que cada año fallecen por estar directa o indirectamente expuestos a un reactor nuclear, la cantidad es mínima.
Lo de Fukushima ya lo demuestra. Allí ha habido tres muertos hasta el momento: dos que murieron ahogados por el tsunami y uno por paro cardíaco. Nadie por radiación.
Se supone que hay trabajadores irradiados, pero solo es una suposición creer que van a fallecer por eso mismo, dice el científico.
─Existe un término que los investigadores usamos mucho: la palabra probabilidad. Por probabilidad se puede entender que solo porque recibas una pequeñísima dosis de radiación, ya estás expuesto a sufrir de un cáncer, dice Rolando Páucar.
Y agrega:
─Con algo de radiación quizá puedas contaminar a una sola persona, pero no significa que contaminarás a cien más: necesitarías algo más de intensidad porque ningún organismo reacciona igual. Por lo mismo, como es un tema de probabilidades, el problema de la radiación no debería generalizarse.
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Si se considera que la cantidad de radiación que han recibido los operadores japoneses de Fukushima está por debajo del límite que se podría considerar una emergencia radiológica ─200 milisieverts─, entonces no necesariamente deberán sufrir trastornos por su exposición.
Quizá lo que sufran a futuro podría deberse a su predisposición genética heredada de los padres o alguna enfermedad contraída en el tiempo. Tal vez un accidente casero podría terminar en muerte sin que la radiación haya tenido que hacer su parte.
Probabilidades.
Los trabajadores de Fukushima han recibido la misma cantidad de radiación que recibimos cualquiera de nosotros en una tomografía médica. O una prueba de rayos X.
─Las radiografías que se realizan en Estados Unidos tienen un límite mucho mayor de radiación de lo que se considera de riesgo en cualquier central nuclear ─dice Páucar.
Es una polémica que una doctora norteamericana intensificó no hace mucho con un estudio: por una cierta cantidad de tomografías realizadas, demostró que existía un porcentaje exacto de pacientes fallecidos por la misma radiación del tratamiento.
Lo demostró matemáticamente.
Surgió el escándalo: ¿Qué propició la muerte de esos pacientes? ¿La enfermedad o el tratamiento?
En otras palabras: solo por someternos a tomografías, ya podríamos estar expuestos a morir lentamente por radiación.
Y si insistimos en su equivalente de probabilidades, también podríamos compararlo con cuántas personas tienen la posibilidad de fallecer hoy mismo en un accidente de tránsito. O con un coágulo de sangre atravesado en el cerebro.
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R = P x D.
Riesgo es igual a la probabilidad multiplicada por el daño del accidente.
Esta fórmula puede explicar el terror asociado a los reactores nucleares. La sensación de caos radiactivo. El desorden de emociones negativas.
─Con esta ecuación los científicos consideran siempre el factor riesgo de cualquier propuesta ─dice Rolando Paúcar─. Sin embargo, la población solo se interesa en los daños porque no se preocupa por entender las probabilidades estadísticas. Peor aún, si la percepción de peligro de esta población ─su percepción, que bien puede ser equivocada, desinformada o incompleta─ es demasiado elevada, entonces simplemente se sataniza o bloquea la alternativa científica.
Adivinen quiénes ayudan a generar esta percepción.
Una percepción que se construye de manera ilógica. Porque uno puede estar residiendo al lado de una gran planta química que no tiene control de emisiones contaminantes, y sin embargo vive alerta de que su almuerzo no incluya alimentos transgénicos.
La misma preocupación que tenemos por la contaminación de los autos sin reparar que las paredes de nuestras propias casas emanan plomo por la pintura con la que fueron barnizadas.
La misma inquietud que hace que nos preocupemos de la radiación de un horno microondas cuando todo el tiempo usamos el teléfono celular muy cerca del cuerpo ─cuando hoy la OMS previene acerca de una posibilidad cancerígena asociada─.
─Entonces el temor de recibir radiación de una central nuclear y morir por ello proviene de una información mal entendida ─dice el científico─. Como existe miedo, la percepción de riesgo aumenta.
Solo por el uso indiscriminado del celular, ¿nos impacienta llevarnos una fuente de radiación ─quizá mínima, quizá no─ a la cabeza?
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─El Perú es rico en posibilidades energéticas. En recursos hidroeléctricos poseemos un potencial de 60 mil megavatios. Sin embargo, solo generamos seis mil y, por consiguiente, ya estamos desabastecidos de energía ─dice Rolando Páucar.
Más ironías: como el flujo de los ríos está disminuyendo, las hidroeléctricas peruanas se están alimentando de represas. Y una represa ─como la que se planificó para Inambari─ implica que se sumerjan miles de hectáreas de naturaleza viva: entiéndase esto como zonas boscosas, tierra fértil y restos fósiles que, al entrar en contacto con el agua y el sol, fermentan y generan metano.
Una fuente de metano tan contaminante como la producida por la industria del carbón.
─Cada año deberíamos estar produciendo 300 megavatios adicionales debido al crecimiento poblacional. Pero no se producen ─dice el científico─. Es más: se pretende generar energía a partir del gas y el petróleo, pero eso es inviable porque con estos combustibles se quema una energía para producir otra energía.
Otras alternativas: la energía eólica y solar. También inviables por los costos de su tecnología.
El precio actual de un solo megavatio ─producido en las hidroeléctricas del país─ es de 40 dólares y es propensa a elevarse. Un megavatio obtenido con generador eólico costaría 70 dólares. Y a través de luz solar, 200.
Con una central nuclear costaría 40 dólares ─igual que la producida con una hidroeléctrica─. Pero su beneficio agregado es que sería un precio congelado en las próximas cuatro o cinco décadas, que es el tiempo de vida promedio de un reactor nuclear. Y sin necesidad de depender del agua y combustibles fósiles.
Solo de material radiactivo.
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Para producir energía de uso civil, todo reactor nuclear se alimenta de material radiactivo: ese es su combustible.
El uranio enriquecido, por ejemplo. El mismo que ahora se le prohíbe producir a Irán. El mismo que ahora está siendo explotado por Francia en el Sahara. El mismo que ahora se procesa en Brasil para alimentar lo que será el primer submarino nuclear de la región.
─¿Qué si el uranio es difícil de encontrar como el petróleo o el gas? Al contrario, es facilísimo hallarlo ─dice Rolando Páucar ─. El uranio está en todas partes del mundo. Si sales al jardín de tu casa y coges un puñado de tierra, ese puñado ya contiene uranio en pequeñas proporciones. Toda la corteza terrestre está compuesta de uranio.
Yacimientos de uranio que podrían ser la envidia de cualquier país europeo: Macusani en Puno y Concepción en Huancayo.
Un mineral que, más allá de ser comercializado en el extranjero, bien podría servir de combustible a un eventual reactor nuclear peruano.
─Tampoco es necesario que dependamos exclusivamente del uranio: con un debido proceso, cualquier mineral puede convertirse en radiactivo ─dice el físico nuclear─. Si irradias el molibdeno obtendrás tecnecio, algo tan utilizado en la medicina, la agricultura y la industria en general.
En la medicina: con la sustancia reactiva que ingieres para que tu médico pueda observar ─por contraste─ lo que ocurre dentro de tu organismo.
Como una radiografía de colon con enema varitado, por ejemplo.
O en la agricultura: cuando esos rozagantes y coloridos vegetales del hipermercado son irradiados para suprimir hongos y bacterias.
─Hay que entender que nada es gratuito en la naturaleza: nosotros mismos estamos inmersos en un mundo radiactivo, recibimos radiación por todas partes y no nos escapamos por más que nos enterremos en algún lugar ─dice Rolando Páucar─. La radiación cósmica proviene del universo entero y se encuentra en todo lo que nos rodea y en todo lo que construimos.
De hecho, los seres humanos también somos emisores de radiación.
Porque respiramos y almorzamos carbono 14: la misma que ayuda a detectar la antigüedad de los restos fósiles. Y porque en nuestra sangre circula potasio 40. Elementos que nos hace proyectar 48 mil fotones hacia el exterior, hacia cualquiera que se atraviese por nuestro camino, salpicándolo. Una radiación que es parte de los cambios corporales en el tiempo. Quizá incluso de la energía vital. O del alma. O del amor.
─La radiación no es ajena a la existencia del ser humano. Y hoy en día utilizamos fuentes radiactivas en provecho del hombre: sin una radiografía no se podría operar ni hacer diagnósticos médicos, por ejemplo. Es un riesgo aceptado por la sociedad en pos de un beneficio neto positivo, pero la gente parece olvidarlo por momentos.
Y el científico agrega:
─En conclusión: tenemos la necesidad de la energía nuclear, pero esa energía ─como cualquier otra─ tiene sus amenazas.
Altera sus funciones. La radiación altera las funciones más elementales de las células. Unos rayos de más, y estas dejan de hacer lo que se supone están programadas por naturaleza. Adiós ADN. Adiós descendencia.
Es como si de pronto tus pulmones y tus intestinos bombearan sangre. Como si tu cerebro se dedicara a absorber oxígeno. Como si tu corazón no fuera más que el desagüe de todo tu cuerpo. Eso es lo que le ocurre a las celulas.
Miles de años de evolución y en segundos todo se vuelve hacia atrás. Solo por una energía vibrátil que eres incapaz de ver.
Un enemigo invisible.
Uno que se deposita en el cuerpo y en cuestión de minutos u horas comienza a producir catástrofes a nivel de médula ósea, sistema cardiovascular o gastrointestinal. Casi todos estragos sin cura.
Léase ulceraciones del esófago, estómago e intestinos, hemorragias internas con sangre contaminada que pugna por salir por cualquier agujero y escoriaciones de una piel que intenta regenerarse sin éxito. Eso, si es que en el camino no se avería el mismo sistema inmunológico ─a través de los linfomas─, o se debilitan las arterias, o cualquier pequeña bacteria que pasa a reproducirse atiborrando el cerebro, hígado o riñones, o se producen daños irreversibles en los cromosomas, o se desarrollan cáncer de pulmones, útero, colon y tiroides ─la glándula responsable del metabolismo humano─.
Síntomas: como mínimo, vómitos, deshidratación, fiebre y pérdida de conocimiento ─más cercano al coma que al desmayo─. Como máximo, una agonía dolorosa que solo terminará cuando las células del cuerpo fallen al momento de reproducirse.
Nada que alguien desearía a su peor enemigo.
Todo dependerá de la cantidad de radiación recibida. O más bien dicho, del tiempo de exposición a la radiación.
Los hijos de los infectados podrían nacer con una serie de malformaciones. Si es que logran sobrevivir a sus propias mutaciones sufridas como embriones.
Los adultos no la tienen más fácil: si alguno sufriera náuseas y vómitos dentro de los primeros cincuenta minutos de haber sido irradiado, es que ha de fallecer en las próximas horas.
Ni siquiera tendrá tiempo de ver caer su cabello por mechones.
Por lo demás, nada que alguien no pudiera coger respirando el mismo aire contaminado de todos los días. O almorzando la misma cantidad de grasas y compuestos químicos una y otra vez. Nada que no se pueda pescar libremente en la playa o el campamento en un esplendoroso día de sol o fumando tranquilamente un cigarrillo. Nada que no se pueda ir incubando lentamente dentro del organismo hasta que ya no se pueda reprimir al invasor.
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Pionera por sus estudios de la radiactividad, Madame Curie quizá fue la primera víctima por radiación directa: murió de anemia aplásica en 1934.
Su hija Irene, también investigadora, murió de leucemia.
Lo cierto es que luego de las primeras pruebas científicas, los reactores nucleares comenzaron a construirse desde principios del siglo XX. Y no necesariamente para usos pacíficos. En 1945 ya existían centrales que no se usaban para producir energía sino plutonio: el insumo esencial de cualquier arma nuclear.
Hoy se supone que existen más de 450 centrales nucleares de uso militar en el mundo. Se supone porque la cifra exacta sigue siendo un misterio.
La razón: por estrategia, en la cifra oficial no se incluyen los submarinos nucleares que son nucleares no solo porque llevan torpedos nucleares, sino también porque son propulsados por reactores nucleares. Y en la cifra tampoco se incluyen los portaviones, que se movilizan a partir de la energía de dos reactores nucleares internos.
Reactores de uso civil, en cambio, hay menos: solo 400 por todo el mundo.
Un par le pertenecen al Perú.
RP-0 y RP-10 son sus nombres. Uno está en San Borja y el otro en Carabayllo: distritos nucleares. Los dos reactores dependen del Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN) y no sirven para generar energía eléctrica: mientras que con el RP-0 se realizan experimentos científicos, con el RP-10 se produce material radioactivo. Es decir, radioisótopos que se utilizan en la medicina y agricultura dentro del país.
Si las cosas van bien, se espera colocar ese material radiactivo made in Peru en el extranjero.
Y pensar que cuando el RP-10 fue inaugurado en 1988 por el ex presidente Alan García, la obra estaba inconclusa: faltaban equipar varios laboratorios. Los gobiernos siguientes lo hicieron operativo.
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─Se llama energía nuclear porque proviene de la manipulación del núcleo del átomo, algo que se puede lograr de dos formas: fragmentándola en un proceso llamado fisión, o uniendo muchos pequeños núcleos en algo llamado fusión ─dice Rolando Páucar.
Por ahora la fusión es lo que está en plena experimentación en Europa. La fisión ha pasado a un segundo plano porque los reactores que se hicieron famosos por sus accidentes eran de este tipo: Chernobyl y Fukushima, por ejemplo. Ambos eran de segunda generación y ya no se construyen más porque son tecnología antigua: de la década de los años cincuenta.
Ahora estamos llegando a la cuarta generación.
─Con estas nuevas centrales ya no tenemos que estar midiendo manualmente los niveles de temperatura y presión durante las 24 horas del día ─dice el investigador─. Si uno solo de estos factores entrara a una fase peligrosa, el núcleo del reactor se apagaría de manera automática.
Otras novedades: la tecnología para contener las emisiones de gas y radiación de los núcleos en caso de accidente. O que los desechos de uranio ahora son almacenados en contenedores de grafito que luego se funden: al mezclarse con este mineral, el uranio queda inservible y ya no puede ser usado como arma nuclear.
Entonces la pregunta: Pese a todos los avances de la ciencia, ¿pueden ser muy peligrosos los reactores nucleares?
Rolando Páucar vuelve a su tema de las probabilidades y explica que si consideramos las probabilidades de desastres naturales ─como un terremoto─, estos nos matarían con más frecuencia antes que la explosión de un reactor nuclear.
─Sí hay un peligro y es innegable, pero la posibilidad de que ocurra un accidente con una central nuclear es muy baja si lo comparamos a nivel de algún fenómeno natural.
Luego agrega que incluso un terremoto no afectaría directamente las instalaciones de un reactor. Que así la pared se rajara no implicaría un accidente. Que el riesgo mayor ─la peor situación pensada─ es que el núcleo se quebrara y se escape a la atmosfera. Y que, sin embargo, en este tipo de reactores modernos, el inventario radioactivo es tan pequeño y mínimo que si se dispersa podría haber un daño de irradiación pero solo dentro de las instalaciones.
─Hay que pensarlo así: para que pueda ocurrir un accidente de magnitudes dentro de un reactor nuclear deben pasar muchas desgracias juntas como para provocarlo ─dice el científico peruano─. Insisto: ¿Cuántas probabilidades hay de que ocurran varias catástrofes en simultáneo para que todo salga mal?
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Ahora se sabrá por qué Rolando Páucar tiene tanto apremio para que se levante un reactor nuclear de producción energética en Perú.
Primera razón: por ahora Brasil produce uranio enriquecido de 3% y 5%. Pero cuando logren construir su submarino nuclear, necesitarán uranio enriquecido al 97%. Con una producción así, tendrán suficiente material para fabricar una bomba nuclear. La primera en el continente sudamericano.
Aunque eso es una preocupación para Estados Unidos y varios países de la región, Brasil tiene claro el objetivo: su submarino nuclear servirá para evitar que se apoderen de sus territorios ricos en petróleo y gas.
─La pregunta es: si nosotros somos vecinos de Brasil y significamos una llave de acceso al Océano Pacífico, ¿por qué no tenemos políticas exteriores que impliquen alianzas energéticas con este país y les podamos vender material radiactivo? ─dice el científico─. Hace 50 años y según documentos desclasificados de la CIA, un presidente norteamericano le recomendó a Getulio Vargas que construyera una carretera interoceánica que le permitiera salir al Pacífico a través de Perú. Y lo mismo: le sugería poner hidroeléctricas en los andes peruanos. Eso no es ningún secreto. Mira en lo que resultó.
Una segunda razón: solemos preocuparnos de nuestras fronteras con Chile, y sin embargo estas son minúsculas comparadas con las que tenemos con Brasil, por ejemplo. ¿Acaso se piensa en ello?
─Con Brasil deberíamos fijar una orientación que nos lleve al beneficio mutuo y no a la conflictividad. Hay que aprender a negociar, sin guerras. Porque ahora solo existe un ejército que gana grandes batallas sin necesidad de armas: los empresarios. Las guerras ya pasaron de moda.
Y el científico agrega:
─No necesitas un escuadrón de soldados: envías un escuadrón de empresarios que compran puertos, centrales hidroeléctricas y carreteras en otras naciones. Esa es la nueva forma de penetración. Y nosotros, como país, deberíamos formar esos nuevos ejércitos. Para eso hay que darles vida, apoyarlos.
Tercera razón: cada accidente nuclear que ocurre es un problema internacional. No es un problema de un solo país. Por ejemplo, lo de Japón espantó a China y demás naciones vecinas. Y entonces se establecieron mecanismos de seguridad nuclear entre varios países.
Cooperación es la palabra.
─Simplemente respondamos esto: si una central brasilera sufriera un accidente, ¿los efectos llegarían hasta nuestro país? Y si eso fuera cierto, ¿por qué no puede existir una alianza de estrategia nuclear entre ambos países? ─se pregunta Páucar.
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Solo para que quede constancia.
Mientras que en Brasil se planifican megaproyectos energéticos para las próximas cinco décadas, en Perú el RP-10 solo se enciende dos veces a la semana.
─Tenemos un reactor nuclear capaz de producir material radiactivo para exportar y, sin embargo, Brasil tiene que comprárselo a Canadá porque no hay nadie más cercano que se lo venda. La paradoja es que tenemos acuerdos comerciales con China y Rusia, pero no Brasil, que es un vecino nuestro ─dice Rolando Páucar.
El RP-10 funciona de esa manera porque solo está trabajando al 10% de su capacidad instalada: su cuota de producción es demasiada alta para un mercado nacional que no necesita de mucho material nuclear.
Y sin embargo, pocos países en la región tienen una central como el RP-10, dice el científico. Ni siquiera Chile tiene una parecida, pues acaba de perder un reactor nuclear que construyeron sobre una falla geológica. Salvo Argentina, ningún otro país latinoamericano tiene un reactor como el nuestro: la envidia sudamericana, casi un lujo para el continente, en palabras del físico peruano.
─El bienestar de la vida contemporánea depende de lo que se utiliza cotidianamente ─dice.
Como cuando uno carga el celular y las baterías para el MP3, por ejemplo. O se estudia más horas y por lo tanto se mantiene encendidas la computadora y la portátil por más tiempo, o se utiliza más agua caliente en las duchas y grifos, o se observa prolongadamente la televisión para informarse y distraerse.
─El desarrollo de un país se mide por su consumo de energía ─dice Rolando Páucar─. Porque el indicador siempre es: ¿Cuánto consumes y cuánto es tu desarrollo?
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